La Maldición del Indio Garduño a Gobernantes y Empresarios

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El Charro Negro del Convento de Tlalpujahua.

En Tlalpujahua el oficio de minero era un trabajo próspero que podía mantener a una numerosa familia, claro, en condiciones de explotación cercana a la esclavitud.

Rómulo era un minero ambicioso y pesimista que regularmente se quejaba de su condición. 

Un día, al terminar su jornada laboral en la mina Dos Estrellas, se dirigió a la cantina más cercana y comenzó a beber con sus amigos, después de varios tragos, al calor de la noche, Rómulo comentó al aire ¨La vida es muy injusta con nosotros. Daría lo que fuera por ser rico y poderoso¨ acto seguido un charro alto y vestido de negro entró a la cantina, se aproximó a la mesa de Rómulo y le susurró al oído ¨Si quieres, tu deseo puede ser realidad¨. Al escucharlo, los amigos de Rómulo se persignaron y otros se retiraron desconcertados.

El misterioso hombre le dijo a Juan que esa misma noche debía ir al socavón Somera 3, un tiro abandonado. Rómulo, envalentonado por el alcohol asintió con seguridad y se dirigió al socavón. Al llegar, espero un buen rato pero no se percató de nada extraordinario, tan pronto decidió retirarse cuando descubrió un agujero en el cual había una víbora que lo observaba fijamente. Rómulo se impresionó al ver el enorme tamaño de ese animal, así que decidió llevárselo a su casa para poder venderlo al otro día. Al llegar a su casa, el hombre decidió encerrar al animal en un viejo pozo seco y lo tapó con tablas muy pesadas para que la serpiente no se fuera a escapar.

Al intentar conciliar el sueño, el hombre tuvo varias pesadillas y visiones que no lograba distinguir debido a las fuertes cantidades de alcohol que aún circulaban por su cuerpo; soñó que la víbora que había capturado hablaba y le decía: ¨Gracias por darme tu hogar y aceptar que entre en las almas de ustedes. Al despertar encontraras en tu granero el pago por tu alma. Si decides aceptarlo, tendrás que darme a tu hijo varón¨. 

Al despertar por la mañana, el hombre se dirigió al granero, donde encontró entre el maíz desgranado unas bolsas repletas de monedas de oro.  Rómulo se encontraba completamente perplejo cuando el llanto y los gritos de su mujer lo llevaron devuelta a la realidad: su hijo menor había desaparecido, mientras que su otro hijo señalaba al pozo sin agua. Al retirar Rómulo las tablas, encontró a su pequeño despedazado, sin rastros de la serpiente.

La avaricia del hombre ayudó a que el dinero lo distrajera de la pérdida de su hijo, Rómulo compró algunos terrenos y construyó una Casona grande en El Real de arriba. Algunos años después, la serpiente volvió a manifestarse en sueños y  le hizo nuevamente otra propuesta a cambio de su otro hijo. 

Para Rómulo esto ya no representaba ningún problema, su avaricia lo había cegado tanto que la familia o la vida de inocentes no tenía ningún valor. A partir de su inesperada riqueza, Rómulo tenía muchas mujeres, todas en pueblos lejanos y diferentes, la mayoría con hijos engendrados por él, así que cegado por la ambición y codicia de más riqueza escogió uno al azar para llevarlo con él como sacrificio. 

Con tal de enriquecerse más y más, repitió esta cobarde práctica sin misericordia con cada uno de sus vástagos, hasta el día de su muerte, cuando Rómulo ya no tenía nada o más bien dicho a nadie para ofrecerle al Charro Negro.

A su funeral, entre rezos y murmullos, asistió el misterioso y elegante charro negro, gritando y exigiendo por su pago, tan pronto cesó la arenga de gritos, el charro desapareció dejando un extraño olor a azufre.

La gente atónita optó por abrir el ataúd para descubrir con desconcierto que donde horas antes se encontraba el cadáver de Rómulo, ahora estaba descarnado solo el esqueleto quedaba.

Mi abuelo Jorge al que le gustaba mucho la bohemia nos contaba que una noche saliendo de la tienda de Don Beto Piñón decidió darse una vuelta por el jardín antes de subir a su casa que en ese entonces se encontraba en la actual tienda La Toscana.

A la altura del acceso al Convento lo abordó un hombre alto vestido de negro como un mariachi, le ofreció oro en costales a cambio de la vida de su hijo mayor, sin entender el discurso mi abuelo volteo para verlo de frente y se encontró con un rostro maligno y ojos como de serpiente.

Mi abuelo se apresuró a entrar al Convento Franciscano a pedir ayuda a los Frailes, mientras escuchaba el chirrido de un caballo pesado y unas carcajadas espeluznantes aleándose del Convento.

Algunas narraciones anteriores sitúan el avistamiento del Charro negro siempre frente al Convento Franciscano, en eterna afrenta al recinto sagrado.

Esta es una historia real.

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